Columna invitada

“ENRIQUE DÍAZ NAVA, UN HOMBRE DEL TAMAÑO DE SU PENSAMIENTO”

Por Ildefonso Peña Díaz

Cada vez que torno a la lectura de ese libro extraordinario de Mario Colín “Páginas para la Juventud”, editado por el Gobierno del Estado de México, y que abriga entre sus ríos pletóricos de palabras, aquella frase eterna del poeta –el que te ha enseñado algo, es ya tu maestro para toda la vida-, recuerdo con singular emoción a mi maestro, el licenciado Enrique Díaz Nava, abogado, orador, periodista, político y escritor, oriundo del pueblo otomí de Santiago Tilapa, cuya trayectoria e ideario ejemplar, quedaron en mi memoria por la fuerza de su sólida y dilatada cultura; por su voz vigorosa, clara y serena; y desde luego por la cálida luz de su pensamiento que iluminó a su vez al de quienes tuvimos la fortuna de conversar y “aprender con él”, como el mismo quería.

En su perpetuo sitial, donde repasara mil veces las obras literarias de su maestro, el poeta, orador, escritor y periodista Horacio Zúñiga Anaya, es decir desde lo pulcro e inescrutable de su Torre negra, donde se respiraba un hálito de libros vetustos y muebles de maderas exquisitas; en el que innumerables ocasiones pude escuchar las Ideas, Imágenes y Palabras, de sus discursos y artículos periodísticos; de su intensa pasión por la historia, sobre todo la Historia del Estado de México, que aun surcan por mi recuerdo con la ligereza del Verbo Peregrinante; ahí, en el ranchito, donde el tiempo se quedó atrapado en una Ánfora de destellos taciturnos, pues esas enseñanzas vivirán en mí Presente y mientras me dure la existencia; los portentosos alcances de su cultura eran una Realidad tan nítida y profunda como una Zarpa de Luz, que inevitablemente dejó una impronta en el tablado de mi recuerdo. Cuantas veces en su afable compañía en tanto escuchaba sus disertaciones sobre la historia de Xalatlaco, Capulhuac, Ocoyoacac, Ocuilan, Tenango del Valle y Tianguistenco, el tiempo se trasmutaba  con su palabra en una Selva Sonora; y en otras muchas ocasiones, era un placer sentarme con él a la mesa, para disfrutar un plato generoso de fruta, aderezado con miel o un licuado de frutas y cereales condimentados siempre con las eternas lecciones y los poemas gloriosos del maestro tolucense, enclavados a raudales como Espumas y Oleajes, en esos magníficos libros editados recientemente por la UAEM, con cuyo séquito prosperaba la noche hasta perderse en el alba y haberse extenuado en un efímero Minuto Azul. Conservo todos estos libros maravillosos que me obsequiara el licenciado, con un profundo sentido de gratitud, porque Díaz Nava era un hombre, ante todo, generoso, que incluso no dudó en donar predios de su peculio personal para la construcción de escuelas y vaya que dicen los europeos, que la manifestación suprema de la cultura, es la bondad.

Secretario Particular del Gobernador Dr. Jorge Jiménez Cantú, Secretario General de Gobierno, Oficial Mayor, Diputado Federal, Diputado Local, periodista, escritor, ideólogo y fundador del Ejército del Trabajo, campeón nacional de oratoria en Saltillo Coahuila, a quien se debe la Primaria Sor Juana Inés de la Cruz, la Secundaria Técnica No 38 Ricardo Flores Magón, la tristemente incomprendida Preparatoria Regional de Santiago Tilapa, la Escuela de Educación para Adultos Valentín Gómez Farías, el diseño de la barda perimetral del panteón de la localidad, el Tecnológico Nacional de México Plantel Tianguistenco y desde luego el CONALEP plantel Santiago Tilapa, que por cierto, hace unos días y a través del Mtro. Don Enrique Mendoza Velázquez Delegado del Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica en el Estado de México, se tuvo el gran acierto de haber inaugurado el auditorio escolar con el nombre del “LIC. ENRIQUE DÍAZ NAVA”.

No podía hacerse menos por tributarle un homenaje al hombre que inspirado en el ideario de Altamirano, profesara fervientemente como él, – que habría que descuidar las funciones religiosas y cuidar las escuelas, que este no es tiempo de devoción sino de la ciencia y el progreso, que es preciso enseñar primero, la religión de la patria y el catecismo de la libertad; que antes es menester erigir altares a los sabios de las escuelas y tributar ovaciones a los que triunfen de la ignorancia para que la felicidad de México sea posible-, por eso Díaz Nava es grande, porque a pesar de su carácter solitario que denota una superior inteligencia y una vasta ilustración, jamás dudó en llevar a su pueblo el esplendoroso faro de la educación y la cultura. Educación y más educación, era su consigna.

Su obra ya es imperecedera, porque quienes cursamos los estudios por alguna de las instituciones educativas que fundara con la ayuda de un puñado pensante de sus paisanos, llevamos, aún sin quererlo, migajas silenciosas de su temperamento, fragmentos de luz de su ideología, átomos templados de su cultura, evocaciones sutiles de su voz y balastos etéreos de su energía; y esto inevitablemente seguirá transcurriendo por incontables generaciones que peregrinen temporalmente por las aulas de los edificios que se construyeran con su auspicio.

Y a pesar –como afirmara el maestro Zúñiga– de los bellacos y de los estultos, que seguirán prefiriendo la alfalfa a los rosales y las gallinas que los ruiseñores”, ahí seguirá su contribución franca y generosa, en el hálito de metal y de concreto de los edificios escolares, y entre los sepulcros de papel de los libros en los que trazara, aunque sea un ápice de su pensamiento, y desde los que podremos volver a conversar con él, en otro lugar y en otro tiempo.

Se dice que la gratitud es solo una virtud de los espíritus bien nacidos, de las almas grandes o de los hombres de alta cultura; con la humilde esperanza de ser solo un espíritu bien nacido, agradezco al Lic. Enrique Díaz Nava, su palabra, su obra, y su pensamiento, hasta allá donde se encuentre, en los confines del universo donde tornó a ser polvo de estrellas, y desde luego al señor licenciado Enrique Mendoza Velázquez, por haberle tributado un significativo y merecido homenaje que perpetuará su nombre, y que su pueblo no ha tenido el valor de reconocer, en esa institución educativa donde como el mismo Díaz Nava lo quería “se seguirán sembrando luces y se cosecharán estrellas”.

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